Libertad, Dadá, Dadá, Dadá, el plañir
de los dolores agarrotados,
el entrelazado de los opuestos y las
contradicciones,
de lo grotesco y lo inconsecuente: la
vida
Tristan
Tzara
Desde la fundación del
movimiento Dadá en El Cabaret Voltaire
de Zúrich, en 1916, sus integrantes Tristan Tzara, Jean Arp, Janco, Hugo
Ball colocaron en tela de juicio los postulados y concepciones artísticas del
arte en general y muy especialmente, de las tendencias más cercanas como el Abstraccionismo, el Expresionismo, el Cubismo y el Futurismo.
A primera vista Dadá
parece un capricho de artistas e intelectuales provocadores reunidos para ir en
contra de las reglas. Sin embargo, la aparente falta de coherencia y el
desatino en sus planteamientos fue una respuesta a la situación de conflicto
generada por la Primera Guerra Mundial: descalabro, destrucción, ruinas, muerte. El panorama no era alentador, los estándares en la calidad
de vida de las personas y la felicidad promovidos desde décadas anteriores por
la revolución industrial, distaba mucho de la realidad. Dadá objetó esa la
realidad, todas las estructuras de la sociedad y las costumbres por
desajustadas y poco convincentes.
La negación,
cuestionamiento y visión desolada hacia todo lo que les rodeaba tuvo su
correspondencia en el arte. Promulgaron la muerte del arte. Fueron tan
revolucionarios que la negación incluía sus propias experiencias. Llegados a
este punto cabe detenernos a analizar la importancia del componente humorístico
en las propuestas Dadá, más allá de la simple jocosidad que en apariencia
contiene. El humor fue el sello identificador del movimiento y la herramienta
que les permitió distanciarse de sí mismos y del resto de las propuestas que ya
estaban legitimadas para lanzar los dardos en la dirección deseada. El humor
permitió a sus integrantes superarse a sí mismos, no tomándose tan en serio, no
limitándose, sino expandiendo el pensamiento con una evidente carga de ironía y
sátira. Fue para ellos un arma de crítica, de cuestionamiento, de negación, de
autociencia, pero muy especialmente de reflexión.
El dramaturgo, Luigi
Pirandello en su ensayo El humorismo
editado en 1946 opina sobre el humor: “Podemos admitir, a lo sumo que hoy, por
esta pretendida mayor sensibilidad y por el progreso (ay!) de la civilización,
son más comunes aquellas disposiciones espirituales, aquellas condiciones de la
vida que favorecen el fenómeno del humorismo, o mejor aún, de cierto humorismo”. El
humorismo repunta como una herramienta para sublimar a través de la sonrisa
situaciones comprometedoras y dolorosas. El humor a diferencia de la comicidad,
aliada de la risa y la carcajada, no es una reacción superficial sino que induce
a pensamientos y procesos reflexivos sobre la situación planteada.
En tal sentido Dadá a
través del gesto o de una intención llena de humor en sus propuestas, rechazaba las nociones de la belleza clásica,
lo universal y el pensamiento lógico. Por el contrario, apuntaba a la expresión
individual, sin ataduras ni referencias en el pasado; si buscó referencias,
estas las tuvo, contradictoriamente, en su propia negación, en su presente, es
decir, en lo que la tecnología y la industria le proporcionaban. Pensamiento
evidente en el ámbito plástico donde promulgaban la “no creación” por la
“fabricación” de objetos, avalando así la serialización, la contradicción en el
arte, en fin, la desmitificación y “aura” de la obra como pieza única. Para Mario de Micheli “el dadaísmo es, pues, no tanto una
tendencia artístico-literaria, como una particular disposición del espíritu: es
el acto extremo del antidogmatismo (…). Así lo que interesa a dadá es más el gesto que la obra; y el gesto se puede hacer en cualquier dirección de las
costumbres, de la política, del arte y de las relaciones. Una sola cosa
importa: que tal gesto sea siempre una provocación
contra el llamado buen sentido, contra las reglas y contra la ley; en
consecuencia el escándalo es el instrumento preferido por los dadaístas para
expresarse” (De Micheli, 1955: 140).
Fuente,
1917-1964, Urinario
de porcelana, 33 x
42 x 52 cm.
Estocolmo, Moderna Musset
|
Marcel Duchamp (1887-1968)
es quizás uno de los más destacados representantes del movimiento Dadá.
Reconocido ampliamente por sus propuestas objetuales como la Fuente y
Secadores de botella, ideó una serie llamada Ready-Mades en la que
elevó los objetos serializados a la categoría de arte, colocándolos en un
contexto de validación estética. Los objetos de Duchamp, como la Fuente sorprenden,
contradicen, desarticulan y descontextualizan la función utilitaria original de
la pieza. En la base de una supuesta acción sin mayores pretensiones, Duchamp
sembró la crítica al artista (al ego del artista), a la obra acabada y al
comercio del arte. La aparente jocosidad, comentada anteriormente, desata con
esta obra ideas cuestionadoras sobre lo que hasta ese
momento se entendía como arte. Las estructuras de legitimación artísticas
heredadas por siglos, se tambalearon al igual que la Primera Guerra Mundial lo
hizo en el “espíritu” de quienes la vivieron y luego debieron superarla. Mario
De Micheli afirma de los dadaístas “(…) con el escándalo, la agitación (....), estos intelectuales buscaban colmar el vacío, la desesperación y
la náusea que la guerra y la posguerra habían provocado en ellos. El agitarse,
el moverse, el gritar, el insultar eran modos de no escuchar la voz de la
angustia”. (De Micheli: 1995: 80)
L.
H. O. O. Q., 1919-1930
Lápiz
sobre una reproducción de la Mona Lisa
19,7 x
12,4 cm, colección privada
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En la misma línea L. H.
O. O. Q (1919-1930), la gran obra de Leonado da Vinci, la Mona Lisa, emblema
de la pintura clásica, fue tratada de modo caricaturesco. Duchamp intervino la
imagen de una postal, por lo cual consideró esta obra como parte de los Ready-Made.
Además escribió un juego de palabras, haciendo referencia de manera
sarcástica a la personalidad de Leonardo da Vinci; mofándose de él con la
palabra escrita y la imagen. Manejó los aspectos propios de la caricatura
ridiculizando y colocando sobre el tapete lo menos favorable de la “víctima” . En esta versión caricaturesca, Duchamp, delató a través de
la contradicción y la desarmonía las normas de belleza clásica, y logró mucho
más, pues vulneró un icono de la cultura occidental.
Marcel
Duchamp como Rrose Sélavay (ca. 1920-1921)
Fotografía
de Man Ray, 21 x
17,5 cm,
Filadelfia, Museo de Arte Moderno de Filadelfia
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Mantiene esta línea en Marcel
Duchamp como Rrose Sélavay (ca. 1920-1921), fotografía en la que el artista
ha asumido, casi a modo de disfraz la personalidad de Rose Sélavy. Personalidad
que coloca su sexualidad en una delgada línea entre lo femenino y lo masculino,
dejando claro su propia ridiculización y la amenaza a su ego como hombre-artista.
Expresa manifiestamente la idea de que Dadá es la contradicción reinventada continuamente.
La visión desenfadada con
que Dadá (El grupo de Zurich, El grupo de Nueva York, El grupo de Berlín) asumió
el arte, la poesía y la literatura,
fracturó las bases del arte moderno y sembró el germen de muchas de las
vertientes del arte contemporáneo del siglo XX: el arte conceptual, la performance,
el arte objetual. Después de la espontaneidad y rebeldía de los integrantes de
Dadá, el arte cambió su línea evolutiva. Dada, el vacío y la nada... Dada, el nacimiento del arte
contemporáneo.
Texto: Anny Bello
Bibliografía
Bello, Anny. Blanco, Ivette. Dibujos humorísticos y costumbristas de
Teodoro Arries y Claudio Cedeño. Segundo período de Fantoches. Caracas,
Tesis de grado, Universidad Central de Venezuela, 2000.
De Micheli, Mario. Las vanguardias
artísticas del siglo XX. Barcelona,
España, Alianza Forma, 1995.
Elger, Dietmar. Dadaísmo. Colonia,
Madrid, Tasche, 2006.
Pirandello, Luigi. El humorismo.
Buenos Aires, El libro, 1946.
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